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“Así es”, le dije. “Siempre salgo con más de lo que planeo”. También tengo una aversión irracional a los carritos de compras, pero no pensé que mereciera la pena comentarlo.
Coloqué los bocadillos en la cinta transportadora mientras la salsa de pasta y la leche se me escapaban torpemente de los brazos. Cuando mi camote cayó en la cinta al otro lado del separador de plástico, el cliente que estaba en la cola detrás de mí dijo: “Creo que esto es tuyo”.
“Ah, lo siento”, dije, y lo tomé.
“Tu comida sana hace quedar mal a la mía”, dijo con rastros de acento británico. Miré detrás de mí mientras la cinta transportadora dejaba a la vista sus papas fritas, carne molida y agua San Pellegrino.
“¿Eso es col rizada?”, preguntó.
“Sí”, dije, ahora frente a un hombre que en efecto era alto y guapo.
“¿Te importa si te pregunto cómo la preparas?”, dijo el hombre.
Pronto estábamos analizando las bondades de las botanas de col rizada, la ensalada de col rizada, la col rizada à la mode, la historia de la col rizada, el futuro de la col rizada, también conocida como kale. Hasta que llegamos a la salida, donde nos presentamos (“Sam”, dijo él) antes de continuar nuestra charla fuera. El incómodo no-intercambio de números se sentía como un peso en la brisa que levantó un mechón de pelo sobre mi ojo izquierdo (lo que esperaba que aumentara mi atractivo).
“Estoy aquí todo el tiempo”, dijo. “Estoy seguro de que volveré a verte por aquí”.
“Sí”, dije, tratando de contener mi asombro de que todo esto estuviera sucediendo realmente.
Entonces llamé a Stephanie. “¡Ocurrió! Es alto. Tiene acento extranjero. Es lindo, más que lindo. ¿Pero por qué no me pidió mi número?”.